Cruz

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Cuento : Francisco Pino Saéz

A través de la mira todo se ve más vulnerable.

Podría estar todo el día tendido esperando a quien dispararle, pero la maldita postura me acalambra y no puedo correr ni ejercitar acá arriba, en la torre Entel. He tratado de acondicionar el lugar lo mejor que he podido. Busco raciones cada semana en restaurantes de comida rápida y ni si quiera me preocupa que estén contaminadas con radiación pues el hambre es más fuerte. Mi centro de abastecimiento de munición está en calle Bulnes y, aunque queda cerca, estos malditos viajes me dejan con la úlcera estomacal completamente destruida. Si no fuera por Arcadio y Guatón que llegan a dejarme provisiones… estaría en los huesos.

Aún recuerdo cuando bajé del avión y el aeropuerto estaba en llamas. Venía desde una misión de encubierto en Europa… se nos paga bien a los veteranos, en especial cuando no usamos la fuerza en misiones de paz en países sin niños.

Portaba mi fusil de francotirador clásico, crudo con mira telescópica manual, para los que saben. Un jeep militar nos recogió, recuerdo al cabo Rojas gritar…
– ¡Está la cagá mi mayor, necesita un arma de repetición… los zombis están por doquier y son duros de roer!
Y así fue…

No logramos llegar a metro Las Rejas cuando fuimos alcanzados por una turba de gente que volcó el vehículo, su fuerza era extraordinaria y entre los que alcanzamos a escapar no hacíamos abasto ante tanto poderío humano. Y fue cuando comprendí que el término humano no era coherente con el enemigo.

Hasta que punto tratas de entender algo sin explicación.

Hasta que punto no disparas sabiendo que podría tener una solución.

La lógica te llama a ser agresivo ante el miedo a lo desconocido… pero esa es una reacción pendeja que te deja solo y entregado a la muerte.

Corrimos hasta guarnecernos en un departamento en la esquina de Las Rejas, mis hombres caían fácilmente ante la horda enfurecida y todos pendientes de protegerme… hasta el encargado de municiones, que con toda la maestría soltaba el parqué necesario para cada uno y que aún así no era suficiente, sucumbía ante el ataque y lanzaba el morral con lo que necesitábamos.

Lo perdimos… y ni siquiera corté y guardé su cadena de identificación…

Y fue cuando apareció el bus del transporte público. Tocó su bocina frenéticamente sin importar de llamar la atención. Bajó de él un tipo delgado, con gorra roja y cotona azul con una postura bastante resuelta. Cargaba una mochila con tanques, muy semejante a un lanzallamas… y comenzó a disparar chorros de algún tipo de ácido que hacía que los atacantes se derritieran perdiendo extremidades, explosionaran o simplemente dejarán de avanzar lanzando alaridos terribles de dolor mientras intentaban avanzar en el suelo.

Escuchamos una voz ronca tras un megáfono…

– Háganla corta y suban al bus… no tenemos mucho tiempo.

Quedábamos pocos sobrevivientes. Contamos finalmente a tres entre Rojas y el enfermero Salamanca incluyéndome. Ya en el bus y camino a Santiago Centro Arcadio y Guatón nos contaron todo lo sucedido. Par de cabrones grandes… civiles con garra… hermanos en armas…

Me separé del grupo en metro Moneda y subí a la torre Entel con el compromiso de liquidar a quien causara daño a algún ciudadano “aún consciente”. Arcadio diseñó unas balas especiales, de cabeza expansiva y ácido ultra-corrosivo al impactar. Debo cuidarlas y ser certero en cada disparo. Debo guardar una… en caso de…

Ya son meses acá en lo alto… mi barba me delata… cada disparo es arte… cada disparo es un grito de esperanza de vida…

A través de la mira todo se ve más vulnerable. La cruz se congela solo cuando no respiro.

 

Cruz

Ilustración : Francisco Pino Saéz
 

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