Encuentro en Madre Selva

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Cuento : Valentina Pino

Encuentro en Madre Selva el 15 de julio…

La comida y el agua comienzan a acabarse y me está dando sueño, y por la posición del sol diría que son como las seis de la tarde y he caminado más que la mierda. El radio no funciona, en realidad las pilas me decepcionaron y no encuentro un bazar por ningún lado. ¡Bah! Llevar tres semanas viva es una espada de doble filo, siento que no voy hacia ningún lado y la demencia me sobra algunas veces, si no fuera por mi mp3 creo que ya me hubiese ido al infierno.

Caminando por las calles de Maipú, recordé que cerca de donde me encontraba estaba mi jardín infantil Madre Selva, y me dieron ganas de cachar e ir a ver qué tal estaba.

Cuando llegué me di cuenta que estaba como nuevo, ordenadito (de no ser por los cuerpos y las manchas de sangre en las paredes a las que estoy acostumbradísima), me dieron ganas de seguir recorriendo. Tantos recuerdos y memorias, las historias se iban armando nuevamente con vagos flashbacks. De pronto comienzo a escuchar sonidos en una sala a un par de metros, unos movimientos de sillas y bruscos respiros.

Saqué sigilosamente mi bate regalón, ese que tenía mi papá guardado abajo, en el closet… ese pedazo de madera grisáceo, un poco malgastado y con abolladuras.

Muevo mi mano hacia la manilla de la puerta y ésta de un salto se abre… frente a mí aparecen dos criaturas pequeñísimas, una niña y un niño… me miraban extrañamente y cuando logré detallar sus bocas, manos y su ropa (estaba bastante oscuro) decidí retroceder, salir corriendo casi pálida y mis manos me acompañaban tiritando y agarrando fuertemente el bate. De pronto la niña se lanza hacia mí intentando morder mi brazo y corrí rápidamente hacia la sala más cercana que encontré y me escondí por un momento.

Era el momento de experimentar.

Hace un par de días atrás había pasado por una de las farmacias del doctor simi y comencé a mezclar muchos remedios que estaban vencidos, entre ellos pastillas para esquizofrénicos y personas con Alzheimer. Esperé a que se acercaran a donde estaba, sin olvidar que eran pequeños, su rapidez me superaba.

El primero que entró a la sala fue el pequeño y le inyecté el líquido rápidamente para poder zafarme de la niña y golpearla para dejarla aturdida y poder ver los efectos de la jeringa.

Sus ojos comenzaron a tornarse «normales» y lo primero que dijo fue el nombre de la pequeña que lo acompañaba (¡Elisa!) que por cierto estaba inconsciente en el suelo. Me miró con cara de no saber lo que ocurría pero dentro de un segundo sus ojos volvieron a ponerse amarillos y tener la necesidad de la sangre caliente en su boca. Rápidamente los degollé y los guardé en negras bolsas de basura… situándolas a las afueras del jardín.

Mientras me alejaba, un pequeño sonido dentro de las bolsas salía con unos gemidos lentos y moribundos que me hacían pensar que debía correr y no mirar atrás.

 

Madre Selva

Ilustración : Mente Riffo
 

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